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Instagram: la locomotora de la mentira

Fragmento de Fuego y Cenizas de Michael Ignatieff (Cap. 5, pág. 104)

 

A medida que te pliegas a los compromisos que impone la vida pública, tu yo público empieza a transformar a tu yo interior. Al cabo de un año de haber entrado en política, tenía la confusa sensación de haber sido atrapado por un doble, un personaje nuevo y extraño que apenas podía reconocer cuando me miraba en el espejo [...] Visto desde el presente, diría que una cierta sensación de vacío, de separación entre la cara que presentas al público y la que guardas para el espejo, es señal de buena salud mental. Los problemas empiezan cuando ya no te das cuenta de que el yo público ha sustituido al yo privado.

 

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El instinto me dice que Michael Ignatieff no es adivino. Tampoco creo que quisiera usar su experiencia política para hacer un guiño al “yo público” de las redes sociales. El hecho es que su texto es perfectamente trasladable al ahora, un momento de la historia en que la locomotora del “quiero ser” nos ha encerrado en sus vagones y no pretende detenerse, porque su fuente de alimentación somos nosotros, los nativos digitales. ¿Cómo vamos a solucionar el problema que plantea Ignatieff si, al fin y al cabo, no lo vemos como un problema?

 

Lo que en política viene sucediendo desde tiempos inmemorables, en la era digital ha ido evolucionando. Con la aparición de Facebook, la sociedad transformó la percepción de la realidad. Empezamos a experimentar la sensación de ser alguien y poder ampliar nuestra red de contactos con un solo click. Es en ese instante cuando se abrió la ventana a una dimensión paralela, donde conocimos a nuestro “yo público”, así como al “yo privado”, este último obvio, pero que cabe destacar en un contexto donde pocos pueden asegurar diferenciar el uno del otro. El súmmum del narcisismo llegó con Instagram, la red social que traspasó la frontera de la realidad a la apariencia y que hace plantearme si vamos a acabar siendo esclavos de nuestra propia creación.
 

El reciente caso de Ekaterina Didenko representa un claro ejemplo del abandono total del “yo privado”. La influencer rusa celebraba su veintinueve cumpleaños con su marido y los amigos más cercanos. Llenar una piscina interior con 30 kilogramos de hielo seco parecía una idea perfecta para que sus más de 1,5 millones de seguidores de Instagram pudieran ver y comentar su vídeo. Lo que empezó siendo un día de felicidad terminó en tragedia, ya que tres personas murieron por intoxicación, entre ellos su marido. Eso no impidió que la influencer siguiera subiendo contenido a las redes; en menos de 24 horas había publicado una serie de vídeos explicando lo sucedido y preguntando a sus seguidores cómo podía decirle a sus hijos que su padre había muerto. 

 

¿Se demuestra así que hemos perdido el juicio para complacer a nuestro “yo público”? Quiero pensar que no, pero decidimos entrar en la locomotora de la mentira voluntariamente y los que no entraron, quedaron excluídos. Quizá no debimos trasladar la teoría de Charles Darwin sobre el origen de las especies a las redes sociales. Tal vez tampoco debimos permitir que el “yo privado” se dejara corromper por el narcisismo que fuimos incubando desde Facebook. Sería todo un milagro levantarse por la mañana y ser uno mismo.

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